La derecha mexicana desata su oportunismo político: cómo transforma la tragedia de las lluvias en un arma contra el Gobierno

Las lluvias torrenciales que azotan gran parte de México en los últimos días han dejado un panorama desolador: familias enteras desplazadas, comunidades incomunicadas y un país entero intentando recomponerse ante una nueva emergencia climática.
Sin embargo, mientras la ciudadanía se organiza para enviar víveres, rescatar personas y tender manos solidarias, la derecha mexicana parece más concentrada en convertir la tragedia en un espectáculo político que en ofrecer soluciones reales.
Lo que debería ser un momento de unidad nacional ha sido usado como una plataforma de ataque, donde las cámaras, los discursos moralistas y los “análisis” televisivos se mezclan con la tragedia humana de quienes lo han perdido todo.
La lluvia, que no distingue ideologías, ha sido instrumentalizada por ciertos sectores conservadores para golpear al Gobierno, desacreditar a la presidenta electa Claudia Sheinbaum y revivir los viejos fantasmas del “todo está mal”.
Los mercaderes del dolor
El periodista Álvaro Delgado los ha definido con precisión quirúrgica: “mercaderes del dolor”.
Aquellos que ven en la desgracia ajena una oportunidad mediática, electoral o económica.
Y en esta ocasión, los ejemplos sobran.
Empresarios como Ricardo Salinas Pliego, cuya fortuna se ha construido a la sombra de concesiones públicas y que mantiene millonarias deudas con el SAT, no han dudado en usar sus medios de comunicación para sembrar indignación contra el Estado, presentándose a sí mismos como “víctimas” de un gobierno autoritario.
A través de su canal y sus redes, Salinas ha intentado mostrar una supuesta “ineficiencia” gubernamental, ocultando convenientemente que buena parte de los recursos públicos se destinan justamente a reparar el daño causado por la falta de inversión privada en infraestructura.
Es la vieja fórmula del conservadurismo mexicano: culpar al Estado mientras evaden impuestos y acumulan poder económico.
El oportunismo disfrazado de empatía
Las imágenes de políticos posando con botas nuevas, repartiendo cajas de ayuda con su nombre impreso o grabando videos “solidarios” no tardaron en inundar las redes.
En lugar de coordinar esfuerzos con las autoridades locales, muchos optaron por hacer campaña entre los escombros, repartiendo promesas en vez de herramientas.
El discurso es siempre el mismo: “El Gobierno no hace nada”, “el pueblo está solo”, “México necesita un cambio”.
Pero detrás de esa narrativa se esconde una estrategia de manipulación emocional cuidadosamente calculada.
El dolor, la desesperación y la pérdida se convierten en munición política.
Los programas de televisión de corte conservador amplifican las críticas, mientras los opinadores de siempre aprovechan para alimentar el resentimiento social.
Nadie parece interesado en hablar de las causas estructurales de las inundaciones —la deforestación, la falta de planificación urbana, el cambio climático—, porque culpar al clima no da votos, pero culpar al Gobierno sí.
La otra cara: la solidaridad ciudadana
Frente a este espectáculo de cinismo político, miles de ciudadanos anónimos han demostrado lo contrario.
Jóvenes, colectivos, comunidades indígenas y voluntarios de todo el país han organizado redes de apoyo espontáneo.
Sin cámaras, sin discursos, sin hashtags partidistas.
Mientras algunos se enriquecen con la tragedia, otros reconstruyen México con sus propias manos.
Esa es la gran diferencia entre la política del poder y la política del pueblo: una busca protagonismo, la otra busca soluciones.
Y aunque los medios afines a la derecha intenten opacar esta realidad, las imágenes de solidaridad genuina —las que no se transmiten en horario estelar— son la prueba de que la esperanza sigue resistiendo bajo la lluvia.
¿Hasta dónde llegará el cinismo?
La tragedia por las lluvias ha dejado algo más que pérdidas materiales: ha expuesto el nivel de descomposición moral de una clase política dispuesta a lucrar con el sufrimiento humano.
Los mismos que piden “eficiencia” son los que recortaron presupuestos, sabotearon proyectos de infraestructura y se enriquecieron a costa del erario.
Y ahora, en medio del agua, pretenden dar lecciones de empatía.
México enfrenta una doble tormenta: la que cae del cielo y la que se desata en los discursos.
Mientras las familias limpian el lodo de sus hogares, la oposición limpia su imagen en los medios.
Pero hay algo que no pueden tapar: la memoria del pueblo, que cada vez distingue mejor quién ayuda y quién solo aparece cuando hay cámaras.
Quizás la pregunta no sea cuánto lloverá mañana, sino cuánto más podrá soportar México de esa derecha que nunca moja sus manos, pero siempre quiere pescar en río revuelto.