La sombra de Mazón se cuela en las elecciones extremeñas y amenaza con abrir las costuras de Feijóo.
A priori, Vox quiere cocer a fuego lento, pero no demasiado, la elección del nuevo presidente de los valencianos.

La política española vuelve a vivir un episodio de tensiones internas dentro del Partido Popular (PP), y esta vez el epicentro se traslada desde la Comunitat Valenciana hasta Extremadura.
La figura de Carlos Mazón, aún presidente en funciones de la Generalitat Valenciana tras su dimisión, se ha convertido en un actor inesperado que amenaza con alterar los equilibrios internos del partido y comprometer la estrategia de su líder nacional, Alberto Núñez Feijóo.
Lo que parecía un asunto regional ha terminado extendiéndose como una sombra que planea sobre las próximas elecciones extremeñas de diciembre.
Mazón, cuya gestión ha estado marcada por su controvertido pacto con Vox, vuelve a estar en el ojo del huracán.
Hace poco más de dos años, su decisión de cerrar un acuerdo con la formación de Santiago Abascal sin consultar previamente a la dirección de Génova provocó una crisis interna que obligó a Feijóo a presionar a María Guardiola, entonces recién llegada a la política autonómica, para que también pactara con Vox en Extremadura.
Hoy, el escenario ha cambiado: Mazón está en retirada y Guardiola, reforzada tras su paso por el gobierno regional, se presenta a las urnas con una autonomía política que el partido no puede controlar tan fácilmente.
El problema para Feijóo es que los tiempos de Mazón y su caída en desgracia política han coincidido con un momento en el que el PP necesita proyectar unidad y fortaleza.
Las fuentes consultadas por distintos medios señalan que la salida de Mazón ha desatado incertidumbre en la dirección nacional del partido, mientras que Vox observa desde la distancia cómo el desconcierto popular podría abrirles nuevas oportunidades.
En la Comunitat Valenciana, el partido de Abascal tiene ahora el control del relato y las encuestas le otorgan una subida significativa en caso de repetición electoral. Esa ventaja les permite apretar las negociaciones con el PP sin miedo a las consecuencias.
Según los analistas, el plan de Vox es “cocer a fuego lento, pero no demasiado” la elección del nuevo presidente valenciano.
No les interesa forzar nuevas elecciones, pero sí mantener la presión sobre un PP debilitado, consciente de que cualquier movimiento en falso puede tener consecuencias nacionales.
Feijóo, que apostaba por una estrategia de contención con la ultraderecha, se encuentra ahora atrapado entre dos frentes: por un lado, las exigencias crecientes de Vox; por otro, el desafío interno de barones y líderes territoriales que empiezan a marcar perfil propio, como Guardiola o la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso.
Guardiola, en esta nueva etapa, se presenta como una dirigente más experimentada, con discurso propio y un apoyo territorial consolidado. Su entorno asegura que “ya no es la misma novata que tuvo que acatar sin rechistar las órdenes de Génova”, y que esta vez está dispuesta a negociar con Vox desde una posición de poder.
Además, el contexto extremeño es muy distinto al valenciano: la región no vive los mismos debates sobre inmigración o seguridad que han alimentado el discurso ultra en otras comunidades.
Como subrayan fuentes cercanas a su equipo, “Extremadura no es terreno fértil para Vox; aquí las prioridades son otras, y el discurso machista o xenófobo no conecta con la realidad social del territorio”.
Mientras tanto, la figura de Mazón se ha convertido en un lastre para Feijóo.
Lo que en su momento se presentó como un símbolo de pragmatismo político —pactar con Vox para asegurar gobiernos autonómicos— hoy se percibe como una bomba de relojería que amenaza con detonar la cohesión interna del partido.
Su salida del gobierno valenciano, lejos de cerrar el capítulo, ha reactivado las críticas hacia la dirección nacional por haber permitido que las alianzas con la ultraderecha se convirtieran en una dependencia estructural.
Los analistas coinciden en que el mayor beneficiado de esta crisis no es otro que Isabel Díaz Ayuso.
La presidenta madrileña, que en su momento respaldó públicamente el pacto de Mazón apelando a la libertad de las comunidades autónomas para tomar decisiones, ha sabido distanciarse a tiempo de la figura del dirigente valenciano.
Con su característico instinto político, Ayuso ha dejado que Feijóo cargue con el desgaste de las alianzas con Vox, mientras ella mantiene intacta su imagen de liderazgo independiente dentro del PP.
Su silencio calculado frente al colapso valenciano se interpreta como un movimiento estratégico para reforzar su poder de cara al futuro.
En este tablero político, cada gesto cuenta. Los movimientos de Guardiola en Extremadura son observados con lupa, no solo por Vox, sino también por los dirigentes populares que temen un nuevo descalabro electoral si el partido no logra cohesionar su discurso.
Las encuestas más recientes indican que una repetición de los errores valencianos podría suponer una pérdida considerable de votos en favor de la ultraderecha, debilitando aún más la posición de Feijóo ante las elecciones generales que se avecinan.
El líder del PP afronta así una doble amenaza: externa, por la presión de Vox; e interna, por la creciente fragmentación de su liderazgo territorial.
Mazón, desde su papel en funciones, se ha convertido en un símbolo de lo que Feijóo intenta evitar a toda costa: la percepción de que el PP ha perdido el control de su propia agenda.
La sombra del político valenciano, con su legado de decisiones precipitadas y pactos polémicos, se proyecta ahora sobre Extremadura como un recordatorio de los errores que no deben repetirse.
El pulso entre Feijóo y Ayuso, aunque soterrado, también se intensifica. Cada crisis regional parece fortalecer la imagen de la presidenta madrileña, que observa desde la barrera mientras el líder nacional acumula frentes abiertos.
Para muchos dentro del partido, Ayuso representa la alternativa natural si el proyecto de Feijóo no logra consolidarse. La guerra interna en el PP ya no es una posibilidad, sino un escenario cada vez más visible.
La estrategia de Vox, mientras tanto, se basa en aprovechar cada fisura para reforzar su papel como socio imprescindible.
Con una agenda definida y un discurso coherente en torno a la identidad, la inmigración y la centralización del Estado, el partido de Abascal continúa creciendo en las encuestas.
En regiones donde el PP muestra debilidad o falta de liderazgo, Vox aparece como el garante de la estabilidad “desde la firmeza ideológica”, un mensaje que sigue calando en un electorado conservador fragmentado.
Así, lo que comenzó como una crisis local en Valencia se ha convertido en un terremoto político de alcance nacional.
La sombra de Mazón se alarga, tocando a Extremadura y desafiando el liderazgo de Feijóo.
Y mientras las costuras del PP se tensan, la derecha española enfrenta un dilema crucial: reinventarse o asumir que su alianza con Vox, lejos de ser una solución, puede convertirse en el principio de su fractura definitiva.