Wyoming y la corrupción moral: cuando da igual quién dimita.

En la España de 2025, la política parece haberse convertido en un escenario donde el gesto de dimitir ya no significa nada y la corrupción moral se normaliza como parte del sistema.
El Gran Wyoming, veterano presentador y uno de los analistas más incisivos de la televisión nacional, lo puso en palabras directas y contundentes durante su entrevista en laSexta Xplica el pasado 9 de noviembre.
“A mí me da igual que Mazón dimita. Soy de los pocos que dice que por qué dimite”, declaró, desmontando la ilusión de regeneración democrática que se vende cada vez que un dirigente cae por presión mediática o social.
La dimisión de Carlos Mazón, expresident valenciano del Partido Popular, tras el escándalo de su gestión de la DANA—el temporal que arrasó la Comunitat Valenciana y dejó víctimas mortales y centenares de damnificados—parecía, en la superficie, un gesto de responsabilidad política.
Sin embargo, Wyoming fue más allá, señalando que el verdadero problema no es el individuo que abandona el cargo, sino la cultura política que lo produce y lo sostiene.
“Si tiene 160 tíos que se pusieron de pie para aplaudirle durante minutos y minutos, el que se ponga ahí [en la presidencia] es igual que él”, sentenció, apuntando a la maquinaria que perpetúa la impunidad y la falta de autocrítica.
Este análisis no es fruto de un arrebato, ni de la ironía que caracteriza a Wyoming en El Intermedio.
Es la constatación amarga de un sistema que fabrica dirigentes en serie, moldeados en la amoralidad y blindados por el poder de los aplausos.
Mazón se va, pero quienes lo auparon siguen ahí, inalterables, defendiendo el mismo relato y la misma estrategia, incapaces de reconocer el más mínimo error.
La dimisión, en este contexto, no es consecuencia de una ética política, sino de una estrategia comunicativa que busca cerrar el escándalo sin tocar la raíz del problema.
La política española, según Wyoming, ha convertido la dimisión en puro teatro. Un gesto vacío que pretende limpiar la fachada sin tocar los cimientos podridos de las instituciones.
“Son gente absolutamente amoral. Ahí no hay nadie que diga que tendrían que haberlo hecho de otra manera”, afirmó, ampliando la crítica no solo al PP valenciano, sino a toda una forma de entender el poder en España.
La dimisión no llega por haber fallado, sino por haber molestado; no es el resultado de la rendición de cuentas, sino de la necesidad de cerrar filas y proteger el relato oficial.
El funeral por las víctimas de la DANA se transformó en una metáfora de esa descomposición moral.
Mientras la población lloraba a sus muertos y exigía explicaciones, el Partido Popular organizaba un acto partidista para arropar al presidente caído.
Aplausos, sonrisas y abrazos para un líder que había gestionado con negligencia una tragedia nacional.
El espectáculo del cinismo sustituye a la responsabilidad, y la amoralidad se celebra como virtud política.
Wyoming, que lleva años retratando esa hipocresía desde su programa, lo expresó con la frialdad de quien ya no se sorprende.
“Este es el drama: quiénes son, de dónde vienen, de dónde los sacan.”
No hay proyecto político detrás de esa maquinaria, solo la voluntad de conservar el poder, aunque haya cadáveres de por medio.
La impunidad es el cemento de las instituciones y el aplauso colectivo su cortina de humo.
La dimisión, lejos de ser un acto de contrición, se convierte en un simple cambio de careta.
El sistema político español, según Wyoming, está diseñado para proteger a los suyos y castigar a quienes se atreven a cuestionar la narrativa oficial.
Los corruptos son homenajeados, los críticos son tachados de cínicos y la amoralidad se convierte en requisito indispensable para acceder y mantenerse en el poder.
Esta reflexión, lejos de ser anecdótica, pone sobre la mesa un debate urgente sobre la salud democrática del país.
¿Por qué seguimos tolerando que todo siga igual? ¿Por qué la dimisión de un dirigente no supone un cambio real, sino simplemente el relevo de otro que seguirá la misma hoja de ruta? En España, la regeneración política parece haberse convertido en una ficción mediática, una narrativa que se repite cada vez que estalla un escándalo, pero que nunca llega a transformar las estructuras profundas del poder.
La cultura política que denuncia Wyoming es la del “todo vale” mientras se conserve el cargo y se mantenga el relato.
Los partidos, lejos de asumir responsabilidades colectivas, se parapetan tras los gestos vacíos y los actos de homenaje, blindando a sus dirigentes y castigando la autocrítica.
La dimisión de Mazón, lejos de ser un punto de inflexión, es la prueba de que el sistema sigue funcionando bajo las mismas reglas: el poder no se cuestiona, se protege; la corrupción no se combate, se normaliza.
El caso Mazón no es único, ni excepcional. Es el reflejo de una tendencia que se repite en todos los niveles de la política española.
La dimisión, en lugar de ser el inicio de una rendición de cuentas, se convierte en el final del escándalo.
Se cambia el nombre, pero no el sistema. Los responsables directos e indirectos siguen ahí, aplaudiendo y defendiendo el statu quo, mientras la ciudadanía asiste impotente al espectáculo de la impunidad.
Wyoming, desde su tribuna mediática, plantea una pregunta incómoda: ¿por qué dimite Mazón? Pero va más allá: ¿por qué nadie asume realmente las consecuencias de sus actos? ¿Por qué la sociedad tolera que los mismos errores se repitan una y otra vez, sin que haya cambios estructurales? La respuesta, aunque dolorosa, parece estar en la cultura política que ha convertido la amoralidad en virtud y la dimisión en espectáculo.
La indignación social ante la gestión de la DANA y la posterior dimisión de Mazón no ha sido suficiente para provocar una transformación real.
El sistema político español, blindado por los partidos y alimentado por los medios, ha aprendido a gestionar el escándalo sin alterar el funcionamiento interno.
La dimisión se presenta como solución, pero en realidad es el síntoma de una enfermedad más profunda: la incapacidad de asumir responsabilidades y de cambiar las reglas del juego.
En este contexto, la figura de Wyoming adquiere un valor simbólico. Su capacidad para poner el dedo en la llaga y para denunciar la hipocresía institucional lo convierte en un referente de la crítica política y social.
Su discurso, lejos de ser pesimista, es una llamada a la reflexión y a la acción. La regeneración democrática no llegará por gestos vacíos, sino por una transformación profunda de las estructuras y de la cultura política.
La pregunta que plantea Wyoming es, en última instancia, una invitación al debate público. ¿Estamos dispuestos a seguir tolerando la impunidad y la amoralidad como requisitos del poder? ¿O exigiremos, de una vez por todas, que la dimisión sea el inicio de una verdadera rendición de cuentas y de una regeneración política real? La respuesta está en manos de la ciudadanía, pero también de los medios, de los partidos y de las instituciones.
La dimisión de Mazón, lejos de limpiar el sistema, ha puesto en evidencia sus carencias y su resistencia al cambio.
El espectáculo de los aplausos y los homenajes es solo la punta del iceberg de una crisis moral que atraviesa la política española.
La regeneración democrática, si ha de llegar, deberá pasar por una revisión profunda de las reglas del juego y por la exigencia de responsabilidades reales.
En definitiva, Wyoming ha abierto un debate necesario sobre la corrupción moral en España y sobre el papel de la dimisión en la política contemporánea.
Su análisis, lejos de ser un simple comentario televisivo, es una llamada de atención sobre los riesgos de normalizar la amoralidad y la impunidad.
La regeneración democrática exige algo más que gestos: exige cambios estructurales, rendición de cuentas y una cultura política basada en la ética y la responsabilidad.
La sociedad española tiene ante sí el reto de transformar la indignación en acción y de exigir que la dimisión deje de ser un gesto vacío para convertirse en el inicio de una nueva forma de entender el poder.
El futuro de la democracia depende de la capacidad colectiva para romper el ciclo de la impunidad y para construir instituciones basadas en la transparencia, la ética y el respeto a los ciudadanos.