BOMBA JUICIO HERMANO SÁNCHEZ “JUEZA OMITE DECLARACIÓN TESTIGO CLAVE” DESMONTAN FARSA JUICIO DEL PP.

Juicio al hermano de Sánchez y Miguel Ángel Gallardo: ¿Corrupción en Extremadura o caza de brujas política?.
La política española, tan acostumbrada a los sobresaltos y los titulares escandalosos, vuelve a mirar hacia Extremadura.
El próximo 9 de febrero, apenas dos meses después de las elecciones autonómicas, se abrirá el esperado juicio contra David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, y Miguel Ángel Gallardo, candidato socialista a la presidencia de la comunidad.
Once personas se sentarán en el banquillo, acusadas de prevaricación y tráfico de influencias por presuntas irregularidades en la adjudicación de una plaza en la Diputación de Badajoz.
El caso, impulsado por el sindicato Manos Limpias y una jueza rodeada de polémica, ha desatado una tormenta mediática y política que va mucho más allá de lo jurídico.
La figura de David Sánchez, conocido en el mundo artístico como David Azagra, se ha convertido en el epicentro de una controversia que mezcla la sospecha de enchufismo, el uso político de la justicia y el debate ético sobre la meritocracia en el sector público.
La jueza sostiene que la plaza fue creada expresamente para él, mientras que la defensa argumenta que todo el proceso se ajustó a la legalidad y que Sánchez es un músico de prestigio internacional, con una trayectoria que le permitiría aspirar a puestos mucho más relevantes que el que ocupa en Badajoz.
Pedro Sánchez, desde Brasil, ha defendido públicamente la inocencia de su hermano, apelando a la presunción de inocencia y asegurando que “el tiempo pondrá las cosas en su sitio”.
La Audiencia Provincial de Badajoz ha fijado el inicio de la vista para el 9 de febrero, en un proceso que se prolongará hasta el día 14 y que promete convertirse en un nuevo campo de batalla entre la política, la justicia y los medios.
El debate jurídico es complejo. Los delitos de prevaricación administrativa y tráfico de influencias requieren pruebas sólidas y una clara delimitación de responsabilidades.
Especialistas señalan que es mucho más difícil demostrar la responsabilidad penal del beneficiario de una plaza supuestamente perfilada que la de los funcionarios encargados de su adjudicación.
El proceso, además, implica a once personas, lo que complica aún más el análisis y la posible sentencia.
Pero más allá de los aspectos técnicos, el caso tiene una dimensión ética y política que no puede obviarse.
¿Hasta qué punto es demostrable que una plaza pública se ha creado ad hoc para beneficiar a una persona concreta? En el ámbito universitario, por ejemplo, es común que los departamentos busquen perfiles específicos y que el proceso de selección, aunque abierto y competitivo, termine favoreciendo al candidato deseado.
¿Es esto irregular? ¿O es simplemente la manifestación de una lógica institucional que, aunque cuestionable desde el punto de vista ético, no necesariamente implica delito?
El proceso contra David Sánchez y Miguel Ángel Gallardo se enmarca en una dinámica de judicialización de la política que preocupa a muchos observadores.
El sindicato Manos Limpias, cuya actividad se centra en la presentación de denuncias contra cargos públicos, ha sido clave en la apertura del caso. Sin embargo, ni el Tribunal de Cuentas ni la Fiscalía General del Estado han detectado irregularidades significativas, lo que alimenta la sospecha de que el proceso responde más a intereses políticos que a una verdadera búsqueda de justicia.
La figura de la jueza responsable del caso también ha sido objeto de controversia.
Acusada de parcialidad y de haber sido expulsada de otras causas por amenazas y prejuzgamientos, su actuación ha sido respaldada por algunos medios y periodistas locales, mientras que otros la acusan de actuar movida por intereses políticos y de alinearse con sectores mediáticos y judiciales que buscan desgastar al Gobierno y al Partido Socialista.
El caso ha servido para poner de manifiesto las tensiones existentes entre los distintos poderes del Estado y el papel de los medios en la construcción de relatos que, a menudo, poco tienen que ver con la realidad de los hechos.
La llamada “pena de banquillo” y el desgaste político que supone para los implicados son, en muchos casos, el verdadero objetivo de estos procesos, más allá de la eventual condena judicial.
En este contexto, la defensa de David Sánchez ha sido contundente. Artistas y profesionales del mundo de la música han salido en su apoyo, destacando su formación en el prestigioso Conservatorio de San Petersburgo y su trayectoria internacional.
“¿De verdad alguien cree que el presidente del Gobierno va a enchufar a su hermano en el conservatorio de Badajoz por un sueldo de 50.000 euros?”, se preguntaba un conocido coreógrafo ruso, que coincidió con Sánchez en Rusia y que asegura que su talento y preparación están fuera de toda duda.
La lógica del enchufismo, tan arraigada en el imaginario colectivo español, choca aquí con la realidad de un profesional que podría aspirar a puestos mucho más relevantes en el ámbito internacional.
La acusación de tráfico de influencias, por tanto, se diluye ante la evidencia de que, en el momento de la convocatoria, Pedro Sánchez no era presidente del Gobierno ni secretario general del PSOE.
Además, el propio Gallardo, candidato socialista en Extremadura, ha sido tradicionalmente un opositor político dentro del partido, lo que complica aún más la tesis de una confabulación para beneficiar al hermano del presidente.
El proceso judicial, sin embargo, avanza, y la opinión pública asiste a un espectáculo donde la verdad jurídica se mezcla con la guerra mediática y la lucha política.
Los medios afines a la jueza y al sindicato denunciante han construido un relato de corrupción y favoritismo, mientras que otros denuncian una campaña de desprestigio y manipulación, alimentada por intereses ocultos y por la lógica del “lawfare” que ya ha hecho estragos en otros países y que amenaza con convertirse en una práctica habitual en España.
La pregunta de fondo es inquietante: ¿Estamos ante un caso real de corrupción, o ante una caza de brujas política destinada a desgastar al Gobierno y a sus aliados? La respuesta, como siempre, dependerá del desarrollo del juicio y de la capacidad de los tribunales para separar el grano de la paja, la prueba de la sospecha y la justicia de la revancha política.
La sentencia, cuando llegue, será clave para determinar el futuro político de los implicados y para medir el grado de independencia y solidez de las instituciones democráticas en España. Pero, mientras tanto, el daño ya está hecho.
La “pena de banquillo”, el desgaste mediático y la polarización social son el precio que pagan quienes se ven envueltos en estos procesos, independientemente de su inocencia o culpabilidad.
El caso de David Sánchez y Miguel Ángel Gallardo es, en última instancia, un reflejo de las debilidades y contradicciones del sistema político y judicial español.
La judicialización de la política, la construcción mediática de relatos y la utilización de la justicia como arma arrojadiza son fenómenos que debilitan la confianza de los ciudadanos en las instituciones y que amenazan con convertir la vida pública en un campo de batalla donde la verdad es la primera víctima.
La regeneración democrática exige algo más que gestos y declaraciones.
Requiere una revisión profunda de los mecanismos de control, una defensa firme de la presunción de inocencia y una apuesta decidida por la transparencia y la rendición de cuentas.
Solo así será posible recuperar la confianza de los ciudadanos y garantizar que la justicia, lejos de ser utilizada como herramienta política, cumpla su función esencial de proteger los derechos y garantizar la igualdad ante la ley.
Mientras tanto, Extremadura espera. El juicio del 9 de febrero será mucho más que un proceso penal: será una prueba de fuego para la democracia española y para la capacidad de sus instituciones de resistir la presión mediática, política y social.
El futuro de David Sánchez, Miguel Ángel Gallardo y los otros nueve acusados está en manos de los jueces, pero el futuro de la democracia está en manos de todos.