El independentismo vuelve a demostrar su maestría en el arte del engaño político. Bajo el disfraz de renovación, Junts y Carles Puigdemont venden la ilusión de un cambio que, en realidad, solo perpetúa el mismo juego de siempre: el victimismo calculado y la manipulación emocional del electorado catalán. Mientras desde Waterloo se lanzan discursos grandilocuentes sobre “dignidad” y “soberanía”, en la práctica todo se reduce a mantener cuotas de poder y privilegio. La estafa es perfecta: hacer creer que se lucha contra el sistema cuando, en el fondo, se vive de él. El Gobierno, una vez más, mira hacia otro lado para conservar apoyos parlamentarios, y los ciudadanos asisten impotentes a un teatro político donde los papeles nunca cambian. Que parezca que todo se mueve… para que todo siga igual|TH

La opinión de Javier García Isac de hoy, martes 28 de octubre de 2025

La política española ha alcanzado tal nivel de degradación que ya nada sorprende.

Ni siquiera que un prófugo de la justicia como Carles Puigdemont, que debería estar entre rejas, sea quien decide si el presidente del Gobierno continúa o no en la Moncloa.

Es la radiografía perfecta de una nación secuestrada por sus enemigos, gobernada por un partido corrupto y sostenida por quienes odian a España.

Ahora, los de Junts, los herederos de la antigua Convergència, los mismos que saquearon Cataluña durante décadas, fingen una ruptura con Pedro Sánchez.

Amenazan con no aprobarle los Presupuestos, dicen que están cansados del incumplimiento de los acuerdos, que no confían en el Gobierno, todo pura escenografía.

El gran teatro del separatismo se ha puesto en marcha, y como siempre, con el mismo objetivo: que parezca que todo cambia para que todo siga igual.

Porque ni Puigdemont ni Junts han hablado de romper de verdad.

No han mencionado en ningún momento una moción de censura, ni han pedido elecciones, ni han planteado la caída de Sánchez.

Saben perfectamente que sin Sánchez en la Moncloa, el separatismo perdería su mayor aliado.

Lo único que buscan es redecorar el escenario para simular independencia política ante su electorado, ahora amenazado por el crecimiento de Aliança Catalana, la fuerza separatista que les está robando terreno en el discurso radical.

Es el viejo truco de los tramposos: aparentar conflicto para mantener el negocio.

Porque sí, el separatismo no es más que un negocio multimillonario financiado con los impuestos de todos los españoles.

Y Pedro Sánchez, con su debilidad y su ambición sin límites, es el socio perfecto.

Mientras el PSOE continúe en el poder, los separatistas seguirán cobrando su parte del botín: transferencias, indultos, amnistías, control de recursos y chantajes institucionales.

No nos engañemos. Puigdemont necesita a Sánchez y Sánchez necesita a Puigdemont.

Son las dos caras de una misma moneda.

El primero evita la cárcel gracias al segundo, y el segundo evita su caída gracias al primero.

Una relación de mutua protección entre delincuentes políticos, que viven de traicionar a la nación y a la ley.

Y todo esto ocurre con una normalidad aterradora, como si no fuera un escándalo que el futuro de España dependa de un prófugo que huyó en el maletero de un coche.

Como si fuera normal que un presidente del Gobierno despache cada decisión con los enemigos declarados del Estado.

España se ha convertido en una anomalía democrática, un país rehén de su propio desgobierno, donde las leyes se cambian para salvar a los amigos y castigar a los disidentes.

El PSOE ha dejado de ser un partido político para convertirse en una organización delictiva institucionalizada, sostenida por el separatismo, el comunismo y el oportunismo.

Y lo más grave: con la complicidad de una derecha cobarde que calla, pacta y legitima el saqueo nacional.

Sánchez no puede permitir que su Gobierno caiga porque detrás no hay una salida política: hay una salida judicial.

Él lo sabe, y por eso se aferra al poder con uñas y dientes, entregando lo que haga falta.

Puigdemont lo sabe también, y aprovecha cada segundo de su condición de prófugo convertido en árbitro del destino de España.

Mientras tanto, el país sigue sin presupuestos reales, con una deuda disparada, una economía en caída libre y un gobierno sustentado en el chantaje y la mentira.

Y la sociedad, anestesiada, acepta como normal lo que en cualquier otro país europeo sería motivo de dimisión inmediata o de cárcel.

En el fondo, todo esto es la culminación de un proceso que comenzó hace años: la rendición del Estado ante quienes lo odian. Hoy mandan los que quieren destruir España.

Mandan los que insultan a nuestra bandera, los que atacan a nuestros jueces, los que pretenden borrar nuestra historia.

Y al frente de todo está Pedro Sánchez, el hombre que entregó su alma política al separatismo para salvar su propio pellejo.

Así que no nos dejemos engañar por los titulares ni por el teatro mediático de Junts.

No hay ruptura. No hay crisis. Solo hay una estafa perfectamente calculada.

Todo seguirá igual: Sánchez en Moncloa, Puigdemont en Waterloo, el separatismo cobrando y España hundiéndose un poco más cada día.

La ruptura será real, cuando deje de interesar al separatismo, y eso no parece que sucederá a corto plazo.

El régimen socialista y separatista se retroalimenta.

Ambos saben que su supervivencia depende de mantener al otro vivo.

Por eso no habrá ruptura ni divorcio, solo nuevas escenas del mismo fraude.

Y mientras tanto, el pueblo español seguirá pagando la factura de esta comedia macabra: una nación gobernada por quienes la odian, dirigida por un delincuente político y sostenida por un prófugo de la justicia.

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